lunes, 14 de septiembre de 2009

ARGUMENTO DEL SECRETO DE SUSANA

La escena tiene lugar en un elegante salón en casa del conde Gil. Este entra de su paseo, agitado porque cree haber visto en la calle a una mujer vestida igual que su esposa que, por expreso deseo de él mismo, nunca sale sola de la casa en su ausencia.
Apenas se ha adentrado en otros aposentos, llega su esposa de la calle vestida exactamente como su esposo la ha descrito, le entrega misteriosamente un paquetito su criado Sante y, tras cerciorarse de que su marido se encuentra en la casa, se retira ella también a sus habitaciones.
Inmediatamente regresa Gil, quien comprueba que Susana está en casa y, por lo tanto, todo ha sido un error suyo. Pero, de pronto, éste percibe un claro olor a tabaco y, si él no fuma, Susana tampoco, y la servidumbre no se permitiría tal familiaridad, ¿quién es, entonces, el fumador? El demonio de los celos se despierta en la cabeza de Gil de modo que, cuando su mujer sale de sus habitaciones y lo saluda cariñosamente, éste la somete a un interrogatorio que acaba por turbarla y por hacer que se enfade de verdad con un marido que, hasta ahora, nunca se había atrevido a hablarle de ese modo. Al final, Susana se lo lleva a su terreno con arrumacos pero, cuando Gil va a abrazarla, el olor a tabaco se hace más claro y persistente, con lo cual éste se convence de que su esposa le engaña con otro hombre. Ella, por su parte, está convencida de que su bien guardado secreto ha sido descubierto.
En un arrebato de rabia y de celos, el conde comienza a romper con todo lo que se encuentra a su paso y luego se marcha al círculo de amigos, no sin antes planear una repentina vuelta para “pescar in fraganti” al amante fumador.
Susana, por fin sola y tranquila, le pide a Sante el paquetito y, sacando de éste un cigarrillo, comienza a fumar con fruición. Inesperadamente, sin embargo, llama a la puerta el marido y esto le obliga a esconder el cigarrillo y al criado detrás de las cortinas.
El olor a tabaco es ahora tan evidente que Gil, furibundo, llama a Sante para que le ayude a registrar la casa y sacar de su guarida al seductor de su esposa.
La búsqueda, naturalmente, resulta infructuosa y Gil vuelve a marcharse para esperar mejor ocasión. Susana y Sante fuman de nuevo y ésta hace un largo elogio del placer del tabaco cuando, esta vez por la ventana, Gil se precipita en la habitación y sorprende a su esposa en pleno vicio. Ya no hay secreto, pero tampoco amante, ante lo cual Gil, realmente aliviado, perdona a su esposa la pequeña falta y decide fumar también él para acompañarla. Ambos encienden sus cigarrillos y, cogiéndose de las manos, bailan alegres mientras cae el telón.


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